jueves, 24 de noviembre de 2011

Religión, violencia y guerras santas

Religión, violencia y "guerras santas"
El autor analiza la incidencia de la religión en los conflictos armados actuales. Se concentra en las religiones monoteístas, es decir el judaísmo, el cristianismo y el islam, a las que recientemente se ha acusado de alimentar la tentación de recurrir a la violencia. En este artículo, se examina esa acusación y se analiza el concepto de "guerra santa" en las tres religiones. En la conclusión, se propone una concepción pragmática del pacifismo y se observa que las guerras en el siglo XXI no pueden considerarse justas, ni santas, ni limpias, y que el pacifismo absoluto no sólo sería políticamente imposible, sino que, como principio político, podría ser incluso irresponsable (en inglés).
Los conflictos en que interviene la religión, a menudo ligada a diferencias de carácter étnico, han proliferado en las últimas décadas en diversas partes del mundo: Irlanda del Norte, los Balcanes, Sri Lanka, la India, Nigeria? Por lo tanto, no es sólo el terrorismo islámico lo que ha planteado, una vez más, si la religión tiende a fomentar la violencia en lugar de evitarla y si la religión no será la fuente, en lugar de la solución, al problema de la violencia. Así pues, en este artículo quisiera analizar, en particular, la siguiente cuestión: ¿Cuál es la posición de las tres religiones ?proféticas? ? judaísmo, cristianismo e islam ? frente a la violencia represiva (en contraposición con la violencia política legítima) y la guerra? Actualmente se acusa a las tres, en tanto que ?religiones monoteístas?, de ser más favorables al empleo de la fuerza que las religiones ?politeístas? o las religiones ?no teístas? (como el budismo).
[quote]Hans Küng es profesor emérito de Teología Ecuménica en la Universidad de Tubinga. Participó en el Concilio Vaticano II como asesor teológico y ha escrito obras como Theology for the Third Millennium; El Cristianismo y las Grandes Religiones; Una Ética Mundial; El Judaísmo; El Cristianismo; Islam. Sus estudios sobre las religiones del mundo han conducido al establecimiento de la Fundación Ética Mundial, que preside desde 1995.[/quote]
¿Están predispuestas las religiones monoteístas, en particular, al empleo de la fuerza?
Es posible que existan aspectos de violencia inherentes a cada religión, como tal, y que las religiones monoteístas, por estar vinculadas a un único dios, sean especialmente intolerantes y bélicas y estén más predispuestas al empleo de la fuerza? Algunos teólogos cristianos adoptan una ferviente actitud antimonoteísta frente a determinados intelectuales laicos. ¿No estarán subestimando la medida en que algunos representantes de la Iglesia fomentan el sentimiento antirreligioso en nombre de Dios y, apoyándose en su autoridad moral, imponen grandes exigencias a la sociedad, sin resolver los problemas en su propia casa? A veces, los dogmatistas cristianos manifiestan también un sentimiento increíblemente antimonoteísta y tratan de sustentar sus especulaciones trinitarias en argumentos polémicos contra la creencia de los judíos, los cristianos y los musulmanes en un dios, supuestamente responsable de tanta intolerancia y discordia. ¿Acaso no se lanzaron las Cruzadas precisamente en nombre de Cristo y no se quemó en la hoguera a brujas, herejes y judíos precisamente en nombre de la "Santísima Trinidad"?

bordemos ahora el problema de la religión y la guerra reconociendo, sin más, que las religiones nacieron junto con el hombre y que, desde que existe la humanidad, existe también la violencia. En el mundo humano, que ha evolucionado a partir de reino animal, no se conoce ninguna sociedad paradisíaca en la que no exista alguna forma de violencia. La imagen del "buen noble" puro y pacífico surgió hace mucho tiempo como mito creado en el período optimista de la Iluminación, del que fue víctima hasta la famosa antropóloga Margaret Mead cuando estudió a los habitantes de Samoa, que parecían ser absolutamente pacíficos.

Hoy día, hasta los filósofos de moral cristiana reconocen la aparición de normas, valores y actitudes éticos específicos a través un proceso sociodinámico sumamente complejo. Ante las necesidades y prioridades humanas, ha sido siempre necesario imponer reglas que rigiesen el comportamiento del hombre. Ese es el origen de la cultura humana. Durante generaciones, el ser humano ha tenido que poner a prueba esas normas éticas para comprobar si estaban justificadas, inclusive el respeto por la vida ajena y la abstención de matar a otras personas con propósitos abyectos ? o sea, no cometer asesinatos. Sin embargo, las guerras existen desde tiempos inmemoriales, sobre todo para conseguir el poder (mana) y el prestigio que se considera que proporcionan, así como restablecer el orden divino presuntamente perturbado de las cosas.

Se entiende por guerras ?santas? las guerras de agresión lanzadas con un fin supuestamente misionero siguiendo órdenes de una divinidad dada. El que se libren en nombre de un dios o de varios es secundario. No obstante, sería erróneo atribuir motivos religiosos a todas las guerras libradas por ?cristianos? en los siglos más recientes. Está claro que la culpa de que los colonos blancos mataran a innumerables indígenas y aborígenes en América Latina, América del Norte y Australia, de que los colonos alemanes dieran muerte a decenas de miles de hereros en Namibia, de que los soldados británicos mataran a grandes masas de protestantes en la India, de que los soldados israelíes aniquilaran a cientos de civiles en el Líbano o Palestina y de que las tropas turcas exterminasen a cientos de miles de armenios no puede atribuirse verdaderamente a personas que creen en un solo dios. Pero miremos más de cerca qué guerras apoyadas en razones religiosas tienen su raíz en las tres religiones proféticas.

¿La guerra santa de ?Yahvé??
La atribución de normas éticas, encontradas ya, por ejemplo, en el Código de Hamurabi, que se remonta a la antigua Babilonia de los siglos XVIII y XVII a. C., a la autoridad de un único dios, y el establecimiento de la ley de Dios, como ocurrió con el Decálogo (del griego deka logoi, ?diez palabras?) o Diez Mandamientos, supone el comienzo de un nuevo estadio de desarrollo cultural. Los exegetas del Antiguo Testamento tienden a coincidir en que el politeísmo seguía muy extendido en Israel en tiempos de los Reyes y que al principio imperaba la monolatría: de los muchos dioses existentes, en Israel sólo se adoraba a Yahvé, si bien no se descartaba la existencia de otros dioses en otros pueblos. El monoteísmo estricto, que niega radicalmente la existencia de otros dioses, sólo existe desde el exilio babilónico, en los últimos capítulos del Libro de Isaías (Deuteroisaías), es decir, desde la teocracia, cuando todos los relatos se escribían desde el inicio hasta el fin en el espíritu de un monoteísmo estrictamente exclusivo

Por lo que atañe a la cuestión de la religión y la violencia, ello significa que la violencia imperaba en el mundo mucho antes de la relativamente tardía aparición del monoteísmo, y no es posible encontrar ninguna prueba de que la propensión a la violencia aumentase con su llegada. En aquellos tiempos de cambio de dominación foránea politeísta, cabe considerar a Israel más como víctima que como autor de la violencia.

Sin embargo, la Biblia hebrea se caracteriza por la convicción de que la violencia de la naturaleza, al igual que la del hombre, es característica de la realidad terrenal y que el poder del mal no puede ser contenido sino temporalmente. Por consiguiente, ofrece crudos relatos de violencia, mientras que en otras culturas antiguas ? Rene Girard lo ha tratado en mayor detalle ? la violencia se soslayaba discretamente, haciendo alusión a ella de forma indirecta, minimizándola o glorificándola en mitos y leyendas. En los libros de la Biblia se aborda muchas veces el tema de la violencia, y el ser humano se ve confrontado con su naturaleza violenta, desde el asesinato de Abel a manos de su hermano Caín por motivos de mera rivalidad, a la predicación de los profetas en contra de la violencia y, por último, a una visión de paz establecida entre las naciones por el propio Yahvé, según los profetas Miqueas e Isaías, con un final de los tiempos sin violencia en que las espadas se transformarán en arados ? un manifiesto para los movimientos pacifistas actuales, incluido el de Israel.

Muchas veces, los relatos de acontecimientos violentos se escribieron siglos después de que acaeciesen y resulta prácticamente imposible verificar su autenticidad histórica, aunque con ello se ha evitado un uso indebido de los textos con fines políticos hasta la actualidad (conflicto de Oriente Próximo). La guerra de Yahvé ? que se narra en relación con los asentamientos en Israel y Judea y que probablemente fue una lenta infiltración o reestructuración interna de Palestina en lugar de una conquista militar? es una interpretación histórica realizada unos cinco siglos más tarde, tal vez como contrapropaganda a la amenaza de terror de Asiria. En el epígrafe de un rey moabita del siglo IX a. C. se menciona la destrucción de toda la población de una ciudad como sacrificio a Dios, pero se refiere a los moabitas, no a los israelíes, y el Antiguo Testamento no contiene ningún texto del que pueda extraerse información fidedigna de un sacrificio israelí en ningún periodo de la historia de Israel. Naturalmente, no puede descartarse la posibilidad de que Israel hubiera realizado tal acto de sacrificio pero, desde luego, no podría inferirse una mayor tendencia del monoteísmo a la violencia de un acto puntual de Israel. Tampoco puede establecerse lo que haya de cierto en los relatos heroicos ? como los escritos sólo varios siglos después ? del legendario profeta Elías, que como implacable vencedor en la religión de Yahvé se dice que mató a todos los profetas de Baal y Asera. En cualquier caso, no es un argumento en contra del monoteísmo israelí, ya que todos los profetas de Israel, salvo Elías, habían sido asesinados en nombre del dios Baal y su panteón.

Las narraciones de guerras y actos de violencia han de considerarse dentro del contexto general de la Biblia hebrea. Al relatar la creación de la humanidad, la prehistoria bíblica no pretende ofrecer una imagen idílica del primer ser humano en el Edén, sino describir la condición del hombre como tal: según la Biblia hebrea, Adán no fue el primer judío, ni el primer cristiano ni, por supuesto, el primer musulmán (al menos si, no se toma musulmán como monoteísta a fines de simplificación). El término ådåm significa, sencillamente, persona: una persona creada a imagen y semejanza de Dios. Según la historia admonitoria del asesinato de Abel por su hermano Caín, el momento culminante de la prehistoria es el diluvio que, a diferencia de otros testimonios del mismo en la región, se centra en el problema de la violencia: la humanidad estaba corrompida ?delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia? y, por ende, condenada a la destrucción El único hombre justo, Noé, y su familia fueron librados, y se permitió un nuevo comienzo de la humanidad bajo el signo del arco iris que surcó los cielos, simbolizando el pacto entre Dios y todos los hombres, así como, desde luego, la creación entera.

En adelante, Dios protegió la vida humana sancionando los actos de violencia, ?porque a imagen de Dios es hecho el hombre?. El pacto de Dios con el hombre se expresó mediante un código ético ? un código mínimo de conducta basado en el principio del respeto por la vida (el teólogo y doctor Albert Schweitzer lo consideró la base misma de la ética en general), es decir, que prohíbe matar y comer carne de animales vivos. A partir de este código ético, el judaísmo rabínico elaboró posteriormente las siete Leyes Noájidas o Leyes de Noé que prohibían, además de matar y tratar con crueldad a los animales, robar, cometer adulterio, adorar a ídolos y blasfemar; asimismo, incluían el mandamiento positivo de administrar justicia (establecer tribunales). Constituyen un código universal de conducta válido desde el primer momento no sólo para los judíos, sino para todos los seres humanos

¿Está, pues, justificado el ?sentimiento antimonoteísta?? No, ya que la creencia de los judíos, los cristianos y los musulmanes en un único dios es contraria a todas las casi religiones o pseudoreligiones que establecen valores relativos como absolutos. Incluso hoy, esa creencia significa una negación radical de toda deificación de las fuerzas de la naturaleza, pero también de todos los valores terrenales que se convierten prácticamente en objetos de veneración por los que se sacrifica todo, en los que deben depositarse todas las esperanzas y a los que debe temerse por encima de todas las cosas ? ya sea el lucro personal, el sexo, el poder, el deporte o la ciencia, la nación, la Iglesia, un partido, un líder o un Papa que el hombre moderno adore como su ?dios?. Los esfuerzos de algunos ?superhombres? como Stalin y Hitler, ávidos de poder, para sustituir la creencia en un dios por la creencia en la sociedad socialista o la raza aria y, en última instancia, lograr su propia deificación, costaron millones de vidas humanas. Martín Lutero lo expresó con muy pocas palabras: ?(?) la confianza y la fe del corazón hacen a dios o a un ídolo (?) aquello en lo que deposites tu corazón y tu confianza será realmente tu dios?

La creencia en un dios da a los judíos, los cristianos y los musulmanes la mayor libertad posible frente a todas las limitaciones espirituales: el pacto con el único y verdadero Absoluto libera a los seres humanos de todo lo que es relativo y que, por ende, no puede convertirse en un ídolo. Así pues, no existe la necesidad hoy, en la transición al periodo posmoderno, de un regreso a los dioses ornamentado con mitología. Lo que sí se necesita, más que la creación de mitos artificiales, es volver a un dios único y verdadero que, como el dios de los judíos, los cristianos y los musulmanes, no tolerará falsos dioses a su par. Esos son los cimientos de la tolerancia entre las personas: dado que dios es dios para todos, todas las personas ? incluso las que no son judías, cristianas o musulmanas ? han sido creadas a su imagen y, por ello, merecen que se respete su dignidad. Ahora bien, ¿cuál es la posición del cristianismo con respecto a la violencia y la guerra?

La violencia bajo el signo de la Cruz

Después de que se designase el cristianismo como religión de Estado en tiempos del antiguo Imperio Romano, era casi inevitable, tanto para la zona griega, que abarcaba las provincias de la Roma oriental y el Imperio Bizantino, como para la zona latina, que cubría la Roma occidental y el Sacro Imperio Romano de Carlomagno, que el Estado y la Iglesia utilizasen su respectivo poder para protegerse, apoyarse y promoverse mutuamente, a pesar de la rivalidad que pronto surgió entre ambos. Al mezclarse los ámbitos de lo sagrado y lo profano, los gobernantes laicos se vieron convertidos en protectores de la Iglesia y los miembros de la jerarquía eclesiástica legitimaron e inspiraron a las autoridades laicas en numerosas ocasiones. La ampliación de la dominación laica llevó siempre a la expansión de la Iglesia, al igual que la labor misionera de la Iglesia llevó a una expansión de la dominación laica. El derecho nacional y el canónico se completaron mutuamente, las normas eclesiásticas rigieron la vida civil y las autoridades civiles sancionaron las violaciones de los preceptos morales y religiosos. De este modo, ?el brazo laico y el brazo espiritual? se asistieron de forma recíproca. Pero los actos laicos de violencia arrojan, por fuerza, una extensa sombra sobre el Cristianismo, ya que la Iglesia participó a menudo directamente en actividades y campañas violentas totalmente incompatibles con el espíritu pacífico y antibélico de su fundador. ¿Qué fechorías fueron no sólo toleradas, sino aprobadas en nombre de Cristo?

Sin embargo, no era en absoluto inevitable que la cruz del Nazareno muerto por los romanos y a la que el frío y supersticioso político Constantino atribuyó la victoria decisiva sobre su rival Majencio en la batalla del puente de Milvian en 312, fuera usada cada vez más como insignia en la batalla, creando un ?sello de aprobación? cristiano incluso de los actos más sangrientos y crueles. Incluso en los albores del imperio cristiano, existía una violenta oposición entre los enemigos, tanto de dentro como de fuera: la guerra entre el primer emperador franco cristiano, Carlomagno, y los sajones paganos, que se acompañó de miles de ejecuciones y deportaciones, duró unos treinta años. Era muy normal que se ejecutara a herejes y personas con creencias diferentes, y luego a judíos y brujas, en la iglesia de los mártires.

En la alta Edad Media, una Iglesia militante libró la ?guerra santa?. Aunque las iglesias ortodoxas del Este participaban también en los conflictos principalmente político-militares del poder laico y, a menudo, conferían legitimidad teológica a las guerras o las inspiraban incluso, la teoría del uso legítimo de la fuerza para alcanzar fines espirituales (teoría agustiniana) no se aplicó hasta el cristianismo latino de occidente y, con el tiempo, se permitió también el uso de la fuerza para propagar el Cristianismo. Contrariamente a toda la tradición de la primera Iglesia, se libraron guerras para convertir a los paganos, difundir el evangelio y combatir la herejía, mientras que las Cruzadas fueron una inversión completa del verdadero significado de la cruz.

De hecho, fueron los representantes supremos del Cristianismo, el Papa Urbano II y luego el poderoso predicador, místico y fundador de una orden religiosa, Bernard de Clairvaux, quienes llamaron a la guerra en nombre de Jesucristo, a fin de liberar la ?Tierra Santa? de los ?infieles?, los musulmanes. Se consideró que las Cruzadas incumbían a toda la cristiandad (occidental). Supuestamente fueron autorizadas por el mismo Cristo, ya que se dice que el Papa, su portavoz, exhortó personalmente a que se tomaran las armas. Más tarde, Inocencio III, que había lanzado la cuarta Cruzada (con el fatídico resultado de la conquista, la matanza y el saqueo de Constantinopla, para afirmar la primacía de Roma), fue el primero en anunciar una poderosa cruzada en Occidente contra otros cristianos, iniciando las implacables guerras contra los albigenses que duraron dos siglos en el sur de Francia, y en las que se produjeron horrores inenarrables en ambos bandos, así como el exterminio de categorías enteras de población.

Incluso en aquellos tiempos, la gente se preguntaba si Jesús, que pronunció el Sermón del Monte y predicó en contra de la violencia, instando a amar al enemigo y a renunciar a la riqueza, habría permitido esas campañas militantes y si el significado de la cruz de Nazaret no se habría distorsionado por completo cuando, en lugar de inspirar a los cristianos para soportar su cruz de cada día en el verdadero sentido de las palabras, se blasonó en el atuendo de los cruzados para legitimar sus guerras sanguinarias. En el cristianismo medieval, la ?Paz de Dios?, una medida para limitar la violencia, tenía un alcance limitado en el tiempo y en el espacio, como ofrecer asilo a los perseguidos. Los protestantes, al menos los menonitas, los hermanos y, sobre todo, los cuáqueros (la ?iglesia histórica de la paz?) crearon una Iglesia Libre alternativa a la legitimación tradicional de la violencia en las iglesias nacionales y populares.

SIGUE PERO YA SE HACE MUY LARGO EL QUE LO QUIERA SEGUIR LELLENDO ACA LO PUEDEN HACER http://www.icrc.org/web/spa/sitespa0.nsf/htmlall/6GUKDN?OpenDocument&style=custo_print

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