lunes, 20 de junio de 2011

T!eología - Diferencias entre la Venganza y la J



Diferencias entre la Venganza y la Justicia

Escuchamos con frecuencia la súplica de miles de damnificados, cualquiera sean sus padecimientos, reclamando justicia frente a la adversidad que les ha puesto un obstáculo difícil de superar en sus caminos, dejando sin pena en varias ocasiones a terceros que se supone tienen directa responsabilidad con el infortunio de éstas personas.

Sin embargo, pocas veces solemos detenernos a analizar qué es realmente la justicia, qué es lo que estamos reclamando y a quién lo hacemos. Tal vez éstas palabras ubicadas en el contexto de este ensayo tengan una retórica connotación, aduciendo que siempre pedimos justicia a Dios; pero como es consabido en mis textos, es necesario dejar la subjetividad de lado para abrir paso al conocimiento puro y crítico, de modo que quien lea estas líneas pueda construir sus propias conclusiones partiendo de sus propios razonamientos.

La justicia es lo consecutivo, lo que debe ser acorde a las normas que rigen el entorno en el cual se desarrollan los actos. ¿Qué significa todo esto? Veamos un ejemplo: si tomase una piedra y la arrojara hacia el cielo, ésta debe caer, según las leyes que rigen la física en nuestro mundo; la justicia en éste caso, se lleva a cabo exitosamente, ya que la norma exige que la piedra sea atraída por la gravedad terrestre.

Así pues, en el entorno que nos tocó vivir existen múltiples y variadas leyes que coaccionan nuestra vida, a veces ejerciendo sólo una fuerza de coerción sobre nosotros. Existen las leyes de la física, las leyes del hombre, la legislatura divina, entre otras.

La pregunta clave es la siguiente: si el hombre no cree en Dios, ¿puede exigir justicia Divina? Eventualmente la respuesta es no, pues aunque si Dios existiese, ignorarlo antes de entregarle nuestras súplicas convertiría todo esto es una enorme hipocresía de quienes le damos la espalda cuando todo nos va bien y que le rogamos piedad cuando las calamidades se acercan, apelando en última instancia, a su misericordia por nuestra indiferencia.

Pero he aquí que si Dios es verdadero así como sus leyes divinas, éstas así como Él existen independientemente de aquel que decide no creer en Él y en sus leyes; pues bien, ¿éstas leyes divinas no se aplican de todas formas en beneficio de la humanidad aún cuando no convoquemos a Dios?

La respuesta también es ?no?, porque sus leyes no sólo nos otorgan derechos sino que también nos confieren obligaciones: así como la piedra debe ser lanzada al cielo para que ésta caiga, nosotros no podemos ignorar a Dios todo el tiempo para exigirle sólo cuando nos encontramos en un estado calamitoso y desesperante, porque sus leyes así lo exigen.

Bien, pensemos ahora en aquel que siendo un devoto religioso pide a Dios ?que se haga justicia?; ¿qué está pidiendo realmente? Supongamos que un criminal asesina a nuestro hermano y nosotros pedimos a Dios que se haga justicia; pues bien, antes de cometer la imprudencia de sugerir a Dios lo que debe suceder con el criminal, hemos de entender que la justicia ya se ha llevado a cabo en el preciso momento en el que se comete el homicidio, porque para cada acto existe un galardón, una recompensa, y el criminal se hizo acreedor de tal retribución en el instante que lleva a cabo la acción de matar, y eso es todo.

Podemos pedir a Dios ?que se haga Su voluntad? sin caer en la hipocresía de sugerir con nuestro corazón (y no con nuestra cabeza, como debiera ser) la maldición que al criminal le debería caer sobre su cabeza. Si nuestro pensamiento fuese tan claro a la hora de exigir justicia, separaríamos con facilidad la justicia de la venganza en nuestros pensamientos: la primera (la justicia) como dijimos anteriormente, es lo consecuente con los hechos según la normativa regente; la segunda, la venganza, es un acto que pretende apaciguar el vacío que provoca en nosotros la pesadumbre y el dolor a causa de aquella acción que en realidad, ya ha sido sometida a la justicia.

Por ende, la venganza sólo es un sentimiento, una pasión, una droga que estimula los sentidos para relajarlos luego de tanto dolor y pena sufridos. Pero he aquí que la venganza, en su condición de ?acto? o ?acción? también está sometida a la justicia, y es probable que cuando ejecutemos un acto de venganza pensando que en realidad estamos ?haciendo justicia?, la verdadera y única justicia nos aplique un castigo acorde a la acción que decidamos hacer.

Pareciera que después de un acontecimiento que nos llena de dolor y angustia sólo nos queda pedir a Dios que ?se haga Su voluntad?, y eso sería todo. Pero inmediatamente sobrevendría a nosotros la pregunta que ha sobrevolado nuestras mentes durante siglos: ?¿por qué Dios deja que sucedan estas cosas??.

¿Por qué las normas de Dios no coartan a los asesinos, a los ladrones, a los violadores, a todo aquel que hace el mal, para que justamente no puedan hacerlo? La respuesta está implícita en la pregunta: para que haya personas que hagan el mal, es necesario que las normas no las coarten en ese aspecto. Pero, ¿para qué necesitamos personas que hagan el mal?

En realidad no las necesitamos y no las queremos, tanto nosotros los humanos como Dios mismo: la cuestión es que si Dios no nos otorga un completo libre albedrío (solamente limitado por nuestras capacidades dentro del entorno en el cual nos desarrollamos, por ejemplo, no puedo elegir ?volar? y salir volando sólo porque tenga albedrío para elegir volar) para poder elegir y tomar nuestras propias decisiones, como hacer el bien o el mal según sea el caso, no tendríamos posibilidad de progresar en el mundo al no poder tomar las decisiones oportunas según los obstáculos que se nos presentan diariamente (en la jerga eclesiástica, hablamos de ?las pruebas que Dios nos pone por delante?).

¿Qué sentido tiene progresar? Bueno, imaginémonos en la ribera de una playa mirando hacia el océano: podríamos pensar que no hay nada más después del horizonte (nihilismo) y morir sin hacer nada al respecto, convencidos de ello dentro de nuestra arrogancia y ego, o podríamos nadar para ver que hay más allá (progreso); pero he aquí que jamás alcanzamos el horizonte, aunque es muy probable que nadando y nadando nuestros cuerpos imperfectos alcancen la perfección y así podamos ver que en realidad hay muchas otras riberas con horizontes que no son destinos, sino caminos.


Fuente: ?T!eología? © Ruben V. Pranevicius (2011)
BigRub.net

P.D.: Si tienes alguna pregunta teológica de difícil solución puedes enviarme un mensaje privado y será respondida personalmente, de esa manera no generamos forobardo.-
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