Comunidad Taringuera! les dejo un cuento de mi autoria, espero que os guste... si no lo van a leer no se molesten en comentar
Suspiro de muerte, ya has pintado de blanco mi cabello negro, ya has tallado en mi piel el pasar de los años, la experiencia. Mi rostro es deprimente al mirarme al espejo, la vida ha escapado de mi mirada, he envejecido de a poco, y junto a mi vida han envejecido mis sueños.
Suelo mirar mi casa, y me suelo preguntar con frecuencia para qué compre una mesa para cuatro. Supongo que la hallé bonita, pero siempre me siento en ella acompañado de tres puestos vacíos, y, ahora que lo dimensiono, es muy triste tomar café siempre solo.
Ya a mis años no debería importarme, la muerte llega a ser una compañera del día a día, pero pensar en el pasado, cuando aún me creía inmortal, me trae malos recuerdos acerca de cómo fui. Creí que jamás necesitaría a alguien, y eso producto de mis decepciones con la gente. Pienso que cuando tuve amigos fue el tiempo en el que más lloré, porque las personas no conocen lo que es la lealtad y, peor aún, olvidan que tenemos sentimientos.
Tantas caídas terminaron por asustarme, por tanto decidí no volver a querer a nadie. Al principio daba lo mismo, podía beber hasta olvidarme, compartir con personas en los bares, buscar una que otra puta, pero sin involucrar al corazón.
Cuando trabajaba tenía el sueldo completo para mí. No había mujer a quien cuidar, ni niños que criar y alimentar. No me arrepiento de las fiestas en las que participé, pero sí me arrepiento de una cosa: haber sido cobarde, y por tener miedo a sufrir de nuevo, no buscar a nadie que me acompañe.
Hoy tengo setenta y ocho años, no puedo lanzarme a la vida como cuando tenía menos arrugas encima. Y, producto de la soledad, puedo ver claramente que si bien lloré bastante cuando tenía más compañía, también reí mucho, y creo que inclusive más. Pero ahora, por haber tenido el corazón ciego, no río nunca; solo lloro y regaño a la nada, pues mi frustración me ha convertido en un viejo amargado.
Ahora dependo de una criada, le pago bastante, por eso me soporta. Mas sus quehaceres no abarcan el tener que hacerme sentir en compañía, únicamente cocina, lava ropa, plancha, va de compras, y ordena. A veces me mira con lastima, otras pareciera que quisiera matarme, y es culpa mía; no saben como soy cuando despierto de malas.
Esto que escribo es una especie de epitafio. Pues quiero que esté en mi lápida. Pues como decía anteriormente, la muerte se convierte en compañera, y uno comienza a entenderla, y yo entiendo que está cerca.
Le dejé a la criada mi herencia, pues no tenía a quien más dársela. Me he vestido con mi mejor traje. He puesto buena ópera en la radio. Y ahora, estoy llorando. Llorando porque no tengo a nadie a quien decirle adiós, ni nadie que me extrañe. Ahora comprendo que tener alguien al lado es hermoso, aunque sufras a veces. Pues el sufrimiento es parte de la alegría, ya que así la disfrutas más.
No sé si alguien llegue a leer esta basura, llena de lamentos de un viejo moribundo, pero me gustaría que la gente entienda, que no hay que cerrar el corazón cuando hay una decepción, pues se cierra la posibilidad a encontrar a la persona correcta o a las personas correctas. Y terminamos así, escribiéndole a nadie, con el suspiro de muerte en la espalda, llorando sin que a nadie le importe, y muriendo completamente solo.
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lunes, 5 de septiembre de 2011
Suspiro de Muerte cuento propio
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